La traducción automática se perfecciona cada día más pero todavía no logra alcanzar naturalidad y exactitud excelentes. ¿Puede reemplazar al trabajo humano?
La fiesta internacional que se vivió en Rusia con la Copa Mundial de Fútbol quizás haya convertido al 2018 en el año de la consagración de la traducción automática como una herramienta importante para conectar culturas. El CEO de Google, el indio Sundar Pichai, informó que la traducción promedio de 143 millones de palabras por día en el Google Translate aumentó un 30% durante el torneo. Así, sin dominar el ruso, los fanáticos de fútbol del resto del planeta pudieron consultar por direcciones cirílicas en la calle o preguntar los ingredientes de una comida tradicional en restaurantes solo con un celular. Sin embargo, aunque el traductor ayudó mucho a la estadía de los viajeros, los usuarios todavía cuestionan su falta de exactitud, el principal problema con el que parece tropezar esta tecnología.
Si Internet y las redes sociales llegaron durante el siglo pasado para romper las barreras físicas entre las personas, todavía hoy luchan por acercar los límites idiomáticos que las separan. Las empresas de tecnología dedican incontable tiempo y plata en crear y mejorar servicios de traducción robótica precisos.
Como termómetro del interés, en búsqueda de experiencias nuevas para sus usuarios, Twitter y Facebook incorporaron traductores en los últimos años que permiten transformar en más de 40 idiomas los mensajes que se envían y reciben por sus Web y aplicaciones para dispositivos móviles. Google anunció también el desarrollo de AutoML Translation, una solución que mejora la capacidad de interpretación de su traductor en 27 dialectos. La última joya de la inteligencia artificial para lograr esto son las redes neuronales profundas, una tecnología que simula el funcionamiento del cerebro humano e intenta captar el significado de frases y palabras en su contexto para adaptarlo a un nuevo lenguaje.
Las redes neuronales, de esta manera, brindan traducciones más naturales y se perfeccionan con el tiempo, a medida que su sistema incorpora nuevas estructuras y conceptos. A pesar de ello, entran en cortocircuito con la impredecible mente humana, que moldea todo el tiempo el lenguaje a fuerza de modismos, referencias culturales o juegos de palabras novedosos, con una inteligencia que la máquina no codifica. Son habituales aún las típicas traducciones lineales y sin sentido que pueden derivar por igual en una comedia o un conflicto diplomático dignas de un episodio de la serie Black Mirror.
El campo de la traducción comenzó a utilizar esta tecnología y reconoce beneficios. Desde la ciencia hasta el comercio y la literatura admiten que los tiempos de trabajo se acortaron considerablemente con un grado de acierto alto. Los costos también se redujeron y las organizaciones eligen contratar servicios de traducción automática con la supervisión de un editor, en lugar de acudir también a un traductor profesional al comienzo del proceso.
Por ahora, los sueños de aquellos que imaginan un mundo artificial no se han concretado. El mercado no confía por completo en la máquina y el ojo humano sigue de cerca su rendimiento, convencido de que el futuro estará marcado por un trabajo complementario.
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