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2018
Eduardo Kahane, intérprete de AIIC

“Los intérpretes quedan como parias en las zonas en conflicto”

Desprotección, persecuciones y muerte. Eduardo Kahane, miembro de la Asociación Internacional de Intérpretes de Conferencias, explicó para Cultures Connection las dificultades que atraviesan los intérpretes que trabajan en zonas de conflicto.

“Pienso que mi vida terminó”, dice para el documental The Interpreters, todavía con aliento, un intérprete que trabajó para las fuerzas militares norteamericanas durante la guerra en Afganistán y logró escapar a Grecia para no ser capturado por los talibanes. Y tuvo suerte. No tiene un permiso de asilo en Europa, tampoco la protección del gobierno de Estados Unidos luego de que sus tropas abandonaran territorio asiático, pero muchos colegas en su misma situación no pudieron irse del país, pasan sus días escondidos y coquetean con permanentes amenazas de muerte.

Así viven hoy muchos intérpretes en zonas de conflicto, coincide Eduardo Kahane (Montevideo; 1944), intérprete y miembro de la Asociación Internacional de Intérpretes de Conferencias (AIIC) desde 1973. Kahane es integrante de una Comisión que trabaja para mejorar las condiciones laborales y la seguridad de estos trabajadores en áreas conflictivas. El grupo de trabajo se creó en 2008 en buena medida por unos artículos críticos que redactó para la Asociación, en los que advertía sobre la alarmante desprotección que sufren.

En la actualidad, AIIC, junto a la Federación Internacional de Traductores, Red T, Critical Link International y la Asociación Mundial de Intérpretes de Señas, busca lograr el reconocimiento internacional de esta labor. En 2010 consiguieron que el Consejo de Europa apruebe una resolución en la que se insta a proteger a los intérpretes en zonas de conflicto y ahora quieren que Naciones Unidas haga lo mismo.

– ¿Antes la Asociación no trabajaba con esta problemática?

– Esta problemática no se percibía porque tampoco habían aflorado las situaciones de conflicto grave, que se conocieron a partir de 2007 cuando los talibanes empezaron a secuestrar periodistas. Este asunto lo señalé a la atención de la Asociación en la época en la que habían secuestrado a un periodista italiano de La Repubblica, Daniele Mastrogiacomo, que generó una movilización pública muy importante para su liberación, impulsada por el gremio de los periodistas. Al observar que los periodistas salían a la calle por su periodista pero, al mismo tiempo, por el intérprete y el chofer que lo acompañaban y también habían sido secuestrados, comprendí que nuestra Asociación ni siquiera era consciente de que los intérpretes eran objeto de semejantes abusos. Esta situación no era reconocida por la sociedad y fueron los periodistas los que empezaron a llamar la atención sobre su existencia.

– ¿Cuáles son los problemas más graves que sufren los intérpretes en zonas de conflictos?

– Se encuentran en una situación complicada porque, cuando acuden a una reunión entre dos comunidades enfrentadas, una de las partes simplemente identifica al intérprete con la parte que lo ha contratado. Su trabajo y su persona no son reconocidos como neutrales. Por lo general, no son intérpretes titulados, viven en territorios donde no existe una formación profesional aunque sepan idiomas. Pueden ser simplemente universitarios o taxistas, pero están en condiciones de cumplir una función social que resulta imprescindible en determinado momento y lugar. Y hay una serie de otros problemas. Por ejemplo, si los intérpretes deberían saber defenderse, en el caso de ser objeto de un ataque; si vienen con un grupo militar europeo o americano, por caso, y van a tener que trabajar con civiles, decidir si deben o no vestir un uniforme que los convierte en un blanco más fácilmente identificable. Todas estas cosas hacen que sean percibidos como “parte contraria”. También esto va de la mano con situaciones que afectan a las comunidades mismas. Los talibanes en Afganistán, por ejemplo, no querían ser ni siquiera vistos por Occidente, por lo tanto rechazaban cualquier comunicación que los proyectara a un universo ajeno al propio.

Esta problemática no se percibía porque tampoco habían aflorado las situaciones de conflicto grave, que se conocieron a partir de 2007 cuando los talibanes empezaron a secuestrar periodistas.

– ¿Por qué grupos locales, como la mención que hace de los talibanes, los ven como enemigos? ¿Tiene que ver con no conocer el oficio o por intereses sobre la situación en la que les toca trabajar?

– No tienen una visión del intérprete, de su cargo y funciones, es algo que les resulta completamente ajeno. Ven una persona que actúa de intermediario y que, como ha venido como parte de un grupo, se la identifica con sus objetivos y no se hacen más preguntas, se la convierte en adversario. Además, está el hecho de que al convertirse en enemigo, su familia también pasa a serlo. Su situación en la sociedad se hace prácticamente insostenible. Cuando los grupos se marchan de las misiones asignadas, quedan como parias en las zonas en conflicto donde trabajaron y, desde luego, expuestos a cualquier violencia por parte de quien pretenda cobrarse venganza sobre su persona por una situación de la que no son responsables.

– ¿Hay algún registro de intérpretes heridos o muertos en el ejercicio de su trabajo?

– No, es una de las grandes reclamaciones que hacemos desde hace años. Estos datos hay que perseguirlos porque por lo general pertenecen a ejércitos de países o a organizaciones sociales,  no son cifras que se publiquen. Además, muchas veces, cuando los intérpretes se quedan en el lugar al que pertenecen, no hay un seguimiento de cuál es su destino. No tenemos cifras y, sin embargo, son importantes porque hay intérpretes desaparecidos, asesinados, sus familias se encuentran en circunstancias difíciles. Si llegáramos a tener ese registro de personas afectadas, seguramente nos asustaría.

– Otro problema importante que usted remarca son las modalidades de contratación de intérpretes. ¿Por qué?

– El intérprete se encuentra un poco expuesto a las condiciones que le ofrezcan organizaciones internacionales, instituciones humanitarias o medios de comunicación. No sabe cuánto le van a pagar ni qué peligros afrontará cuando lo contraten porque la mayor parte de las veces no conoce el objetivo real de sus misiones. Como consecuencia de la toma de conciencia sobre esta situación, una coalición de organizaciones no gubernamentales, en la que participan AIIC, Red T y la Federación Internacional de Traductores, ha redactado una guía de campo con una serie de recomendaciones a los intérpretes y a quienes los contratan para que existan unas normas mínimas que hagan posible un ejercicio de la profesión en condiciones aceptables, aunque resulten siempre precarias.

Cuando acuden a una reunión entre dos comunidades enfrentadas, una de las partes simplemente identifica al intérprete con la parte que lo ha contratado.

– ¿No existe alguna legislación internacional que los proteja?

– No hay ni reconocimiento de la profesión de intérprete, que es una de las luchas no solo de los intérpretes en zonas de conflicto, sino de los intérpretes en el mundo. En la AIIC durante años se ha intentado conseguir el reconocimiento del título en organismos de las Naciones Unidas y hasta la fecha no ha sido posible. A trancas y a barrancas, tratamos de crear conciencia, primero, de la profesión en general; segundo, de la necesidad de proteger a los intérpretes en Occidente contra posibles reclamaciones que pretendan hacerlos responsables de su versión y plausibles de sanciones, de criminalización o de cualquier tipo de responsabilidad civil o penal. Carecen de esa protección. Mucho menos existe reconocimiento de la situación de los intérpretes en zonas de conflicto. Ahora tenemos en curso una petición a las Naciones Unidas, que tiene que reunir 50 mil firmas para seguir su curso y obtener el reconocimiento de la situación de los intérpretes en zonas de conflictos, exigiendo además su protección.

– Fue muy crítico sobre la invisibilidad de estos intérpretes dentro de la Asociación, ¿piensa que se debió por desconocimiento o por una mirada elitista de la profesión?

– Creo que las dos cosas se dan a la par. Primero, no había información. Segundo, la AIIC nace en un determinado contexto histórico: después de la Segunda Guerra Mundial, con los juicios de Nuremberg y la creación de las Naciones Unidas, por lo que es una profesión que se ha ejercido y ejerce en un determinado universo. Cuando la sociedad empieza a reclamar servicios en otros espacios, es difícil para los que ejercieron la profesión de una forma singular a lo largo de 40 o 50 años empezar a reconocer estos cambios. Entonces, no es que haya sido crítico con el elitismo, lo que en realidad hemos tratado de hacer es poner fin a la invisibilidad de otros contextos en los que es necesario un servicio de interpretación. No solo en zonas de conflicto, la interpretación también es necesaria en el mundo actual entre minorías étnicas o los grupos de inmigrantes que llegan a centros de refugio. La sociedad se vuelve más conciente y reclama servicios de interpretación donde antes no los había: en comisarías, hospitales, centros de acogida. Esta circunstancia también tiene que ser reconocida por los profesionales que hasta entonces ejercían de modo exclusivo su profesión en círculos más reducidos.

Si llegáramos a tener un registro de personas afectadas, seguramente nos asustaría.

– ¿Cómo evolucionó la situación de los intérpretes a partir de esta toma de conciencia?

– En 2008 se dio un salto al vacío. Muchos compañeros que no eran conscientes de qué hablábamos, quedaron sorprendidos porque pensaban que ese cambio de conciencia no iba a poder realizarse y no se daría entrada a otras formas de interpretación. Sin embargo, no fue así. En la Asociación la resolución fue aprobada por una mayoría aplastante. A partir de ese momento, la cuestión pasó a formar parte de nuestros actos y publicaciones. Se hace un esfuerzo solidario por conseguir que el tema sea objeto de negociación con organismos internacionales porque es un tema vivo en la sociedad que todavía no sabemos cómo se va a resolver. Estamos hablando de un paso fundamental que es cómo va a ser el futuro de nuestra profesión porque la realidad da lugar a nuevas formas de interpretación, como la comunicación a distancia o el uso de nuevas tecnologías, por lo tanto se está produciendo un cambio de paradigma.

– ¿Por qué piensa que desde organizaciones internacionales de derechos humanos o desde las Naciones Unidas no se impulsan iniciativas para proteger a los intérpretes, que muchas veces son parte fundamental de su tarea?

– Cuando uno dice Naciones Unidas, piensa en la institución, globalmente, pero las Naciones Unidas obedece a la voluntad de los Estados. Y, si los Estados no son muy proclives en dar protección a los intérpretes que han trabajado en zonas de conflicto, es difícil que la posición internacional de un país se destaque y diga que hay que protegerlos. Cuando un país lleva una posición a la ONU tiene que ser una posición consensuada internamente. En cada país, la percepción sobre estos intérpretes y su posible acogida como refugiado o persona protegida no es entendida por las distintas instancias de la misma manera. Hay ministerios que tienen una visión más abierta y otros más restrictiva. Lo que hacemos al llevar esto a Naciones Unidas es utilizar la institución como plataforma para proyectar este problema al conjunto de la sociedad.

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Este articulo fue escrito por Gonzalo Olaberría

Antes de comenzar como Digital Content Manager en Cultures Connection, trabajó en Argentina como periodista para medios gráficos nacionales y como consultor en comunicación política y corporativa.